Tiene la palabra el camarada Gramsci

 

Es necesario que el hecho revolucionario demuestre ser,
además de fenómeno de poder,
fenómeno de costumbre, hecho moral.”

Antonio Gramsci

A diferencia de un puñado de ortodoxos discípulos, Carlos Marx (1818-1883) no se detuvo –ni por un minuto– a esbozar  las características que habrían de adoptar la sociedad socialista y la comunista. Sin embargo, a partir de sus estudios sobre el capitalismo sí concluyó que el comunismo sería un modo de producción superior, caracterizado por nuevas formas de producción de la vida material del hombre y, muy especialmente, por su liberación espiritual, la potenciación de las capacidades creadoras (des-enejanadas) del ser humano.

Revolución proletaria

A pocas semanas de la Revolución rusa de febrero de 1917, un entonces joven Gramsci escribía para el periódico italiano Il Grido del Popolo, un artículo intitulado: “Notas sobre la revolución rusa”.

Así, con el filo de la hoja se proponía responder, nada más ni nada menos, a la siguiente pregunta: ¿Por qué la revolución es una revolución proletaria?

Con aguda inteligencia intentó llegar a la raíz de los hechos tras preguntarse nuevamente: “¿Basta que una revolución haya sido hecha por proletarios para que se trate de una revolución proletaria?” No cabían dudas en la eventual respuesta: “No”. Y es que a la guerra –según observaba– también iban los proletarios y no era en sí un hecho proletario.

En consecuencia, el rasgo distintivo de una revolución proletaria sería “el factor espiritual”;  en otras palabras, solo logrando trastocar las antiguas costumbres y conductas humanas estaríamos en presencia de una revolución genuina.

Una nueva forma de ser

El cambio de conciencia, ético y moral, reclamado por Gramsci a los y las revolucionarias, en el caso de la revolución rusa, quedará plasmado con un hecho singular: tras la caída del Zar los diversos miembros de los soviets habrían irrumpido en las cárceles para dar libertad a los presos políticos y los presos comunes.

En efecto, Gramsci llamó la atención de cómo la Revolución rusa apuntó sus dardos a crear una nueva forma de ser en el ser humano. Permite la posibilidad al maleante de redimirse, cambiar sus hábitos, su moral, en un ambiente donde se ha de velar por “la libertad del espíritu, además de la corporal”.   

Para el sardo no hay duda alguna: “Solo en una apasionada atmósfera social, cuando las costumbres y la mentalidad predominante han cambiado, puede suceder algo semejante”.

Y nuestra Revolución ¿qué?

Los niveles de concienciación históricos de los plebeyos en Bolivia fueron refrendados en la última elección presidencial, donde el hermano Evo Morales obtuvo el 48% de los votos, triunfo solo arrebatado por artilugios de la reacción extranjera y local.

Pero, como vimos, quizás debimos preguntarnos: ¿Bastaba que el Proceso de Cambio hubiera sido hecho por campesinos, indígenas y trabajadores para ser realmente un proceso de cambio de los propios campesinos, indígenas y trabajadores?, ¿Cuáles fueron los avances en cuanto a cambios de costumbres, hábitos y moral? ¿Cuál el cualitativo salto espiritual?

Seamos sinceros. Urgía ampliar la visión economicista y coja acerca de la Revolución y potenciar las capacidades creadoras de nuestros hermanos y hermanas, para concretar la tan anhelada revolución democrática y CULTURAL. ¡Sí, así con mayúsculas!


Por: Javier Larraín P.


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