Mirada comparada de América Latina ante al coronavirus - América Latina - Maya Nro 50


 

Desde su irrupción a fines del 2019, la pandemia de Covid-19 nos viene dejando perplejos: su diligente contagiosidad, la selectiva agresividad con que ha golpeado ciertos territorios y el surtido repertorio de medidas con que se ha buscado hacerle frente, son algunas de las razones.

Recientemente nuestro continente se ha convertido en el nuevo epicentro de esta peste, concentrando en la actualidad más del 50% de los casos nuevos en el mundo. Pobreza y marginación, hacinamiento en urbes hiperdensas, sistemas de salud enfermos y un entramado de inestabilidad política, parecen ser sustancia crítica de esta situación.

En este contexto, no carece de relevancia examinar cómo vienen respondiendo a este complejo escenario los distintos países de la región y sugerir algunas reflexiones a propósito.

Como premisa de base para interpretar la respuesta regional a la pandemia, debemos considerar en todo momento que la enfermedad humana por el nuevo coronavirus y el fenómeno de una pandemia de esta magnitud, son primicia en este novel siglo. Así, no es posible saber aún cuál sería la mejor estrategia para enfrentarla, salvo algunas lecciones de las últimas epidemias –que en parte explican el rápido control alcanzado en varios países asiáticos– y cierto conocimiento empírico que se viene acumulando de las experiencias desarrolladas por las primeras regiones que debieron hacerle frente. Por lo demás, estos aprendizajes no son necesariamente extrapolables a otras latitudes, de diversa situación epidemiológica, demográfica, sociopolítica y económica.

Para el análisis de las experiencias de respuesta a la pandemia, hay que tener presente que existen limitaciones para la llana comparabilidad de las mismas. La naturaleza diversa de las estrategias hace que su evaluación no pueda realizarse con los mismos indicadores, y que estos deban interpretarse en relación a otras variables y en el contexto integral de cada estrategia. A modo de ejemplo, una tasa reducida de casos en cierto territorio, puede explicarse por una baja capacidad de testeo –subreporte– o por baja circulación viral –contención del brote–.  

Para enredar un poco más la tarea, la calidad y validez de los datos actuales –debido a su rápida producción y sin pensar ya en la susceptibilidad de manipulación a que pueden estar sujetos– podrían atentar contra la verosimilitud del ejercicio comparativo.  

En cambio, podemos intentar aproximarnos a los matices y enfoques que los diferentes países de Latinoamérica han implementado, antes que lanzarnos a una evaluación apresurada e inconsistente de las experiencias, las que serán objeto de examen en el mediano plazo.

La antología de medidas implementadas a diferentes ritmos, responden a las respectivas fases en que puede encontrarse la epidemia. Antes que el brote apareciera en nuevas regiones tras su aparición y propagación en China, la preparación de los sistemas de salud –planificación de la reorientación de actividades y reconversión de infraestructura– así como el fortalecimiento de las acciones de vigilancia epidemiológica se imponían; en el caso de nuestro continente, tuvimos al menos un par de meses de ventaja que otras regiones. Una vez iniciado el brote, pero estando aún contenido en conglomerados de casos, el énfasis debía colocarse en la contención del mismo, rompiendo las cadenas de transmisión mediante el testeo precoz y masivo, un meticuloso estudio de contactos y el aislamiento de los casos y sus contactos. Finalmente, en la situación de transmisión comunitaria instalada, la respuesta debería enfocarse en ralentizar la velocidad de transmisión de la epidemia, profundizando las medidas de distanciamiento físico.

Lo bueno

Tal vez el caso más exitoso de la región sea el de Costa Rica, país en el que el número de casos acumulados desde inicios de marzo no llega al millar y el de fallecidos se encuentra estático en una decena desde hace días. Su respuesta estuvo centrada en su sólido sistema de salud, de corte universal e integrado, sustentado en unidades de atención primaria dispersas en el territorio –los Equipos Básicos de Atención Integral en Salud (EBAIS)– que fueron capaces de cortar ágilmente las cadenas de transmisión de los brotes identificados, rastreando y aislando prolijamente los casos, con una capacidad de testeo por habitantes muchísimo menor a la de países como Chile y Perú. Después de dos meses del primer caso identificado, los nuevos casos siguen hallándose en conglomerados trazables y no se ha llegado a la fase de transmisión comunitaria.

Si bien hubo reconversión de camas hospitalarias y refuerzo del parque de ventiladores mecánicos, estos no tuvieron oportunidad de estreno, y el hospital modular que se había habilitado en San José, se desinstaló sin que en este se llegara a atender ningún caso.

Otra de las probables razones del éxito de la experiencia tica hasta ahora, se encuentra en la masiva adhesión voluntaria de la ciudadanía a las medidas de distanciamiento físico, las que consistieron en la suspensión de eventos masivos, limitación de la actividad comercial no esencial asociada a alto flujo de personas (turismo, centros comerciales) y restricción al tránsito vehicular. Los ticos, sin un pasado de dictaduras o actividad represiva estatal sistemática y gobernados por una coalición de centroizquierda, parecen sostener relaciones menos tensas con el aparato estatal y cumplieron con autonomía y compromiso las recomendaciones de sus autoridades.

Un caso similar en Sudamérica es el de Uruguay, que comparte con el país centroamericano además de su baja densidad poblacional, un sistema de salud integrado de amplia cobertura poblacional y también basado en atención primaria. Igualmente sin transmisión comunitaria, las medidas de distanciamiento físico han sido similares a las costarricenses, basándose en la adhesión ciudadana autónoma al lema “Si podés, quedate en casa”, que simbólicamente establece un contrapunto con las estrictas cuarentenas coercitivas que ignoran el gradiente de posibilidades de los sectores marginados para cumplirlas. Uruguay, con un presidente de derecha estrenado días antes del inicio de la pandemia, tras 15 años de gobierno del Frente Amplio, es también una sociedad más igualitaria y democrática en donde el compromiso ciudadano con las disposiciones parece haber sintonizado con el objetivo de contención del virus.

Por su parte, Cuba cuenta con uno de los mejores sistemas de salud del mundo y vastísima experiencia en control de epidemias –destacando la erradicación de varias enfermedades tropicales en la isla y su participación internacionalista en el control de brotes como el Ébola en África y actualmente la Covid-19 en Italia, Argentina y Venezuela–. La estrategia cubana asimismo se basa en su extensa infraestructura médica dispersa a lo largo del territorio nacional, y en el talento profesional que la puebla, protagonizado por sus Médicos/as de la Familia de atención primaria, reforzados por contingentes de estudiantes de carreras de la salud, quienes desarrollan una activa búsqueda de casos en los domicilios, aislamiento preventivo de aquellos que resultan sospechosos en recintos dispuestos para ello y exhaustivos estudios de contactos.  En un rango medio de testeo en comparación a otros países de la región, el brote igual se encuentra contenido en conglomerados trazables, a pesar de la presencia inicial de centenares de turistas provenientes de los países de mayor riesgo epidemiológico.

Lo malo

En situación distinta y con crecientes dosis de preocupación, se encuentran los casos de Perú y Chile, que si bien han desplegado índices de testeo poblacional de los más elevados en la región y recurrieron a toques de queda con presencia militar para garantizar el cumplimiento de las cuarentenas, han fallado en contener y mitigar la transmisión de Covid-19.

En Perú, se instaló precozmente una cuarentena nacional obligatoria. Para promover su cumplimiento, se invirtió en un grueso paquete de transferencias directas de escala masiva y nacional. Sin embargo, sin bancarización electrónica, los bancos se constituyeron en importantes nichos de aglomeración, así como otros lugares de abastecimiento masivos, como son los mercados de comestibles.

A pesar de su reciente historia de inestabilidad política, las medidas adoptadas por el Gobierno han tenido elevada aprobación social, pero en un país donde más del 70% de la actividad laboral se encuentra en el sector informal, el cumplimiento de una cuarentena obligatoria prolongada ha resultado inviable para gran parte de la población.

Asociado a esto, el sistema de salud peruano, de por sí frágil y fragmentado, no logró realizar contención de los brotes y rápidamente se ha visto colapsado por la elevada diseminación de casos, ocupando el segundo lugar en Sudamérica con mayor número de casos.

Por su parte, Chile, que venía de un profundo proceso de movilización social desde octubre de 2019 –y en sintonía con la tónica de militarización del espacio público que vive desde entonces– impuso precozmente toque de queda en todo el territorio nacional y sanciones ante el incumplimiento de las cuarentenas. Estas, sin embargo, han seguido un modelo de “cuarentenas dinámicas”, en las cuales de forma semanal se establece qué comunas del territorio nacional ingresan a cuarentena, según el comportamiento epidemiológico en las mismas.

Su sistema de salud, segregado pero con gran capacidad adaptativa a causa del severo estrés estacional que vive cada invierno, cuenta con una amplia red de atención primaria dispersa en el territorio. No obstante, esta ventaja estructural no fue considerada para las labores de vigilancia epidemiológica, perdiendo la posibilidad de contener los brotes. La situación de transmisión comunitaria en Santiago, donde se concentra la mitad de la población del país, se encuentra lejos de poder ser controlada y en días recientes el país se ha encontrado en la cabecera de mayor número de casos nuevos por millón de habitantes. Con la capacidad hospitalaria actualmente a tope (97% de ocupación de camas críticas en Santiago), la baja letalidad exhibida hasta ahora puede cambiar drásticamente durante las próximas semanas.

Lo feo

Sin embargo, la cara más dramática en el continente se viene viviendo en Brasil, que se encuentra en el 2do lugar en el mundo con más casos, y cuya cifra diaria de personas fallecidas superó en número a la de Estados Unidos en días recientes.

Brasil, pese a contar con uno de los mejores sistemas de salud de Sudamérica, había visto su progresivo debilitamiento desde el arribo de Bolsonaro a la casa de gobierno. Con todo, al inicio de la pandemia aún pudo exhibir una respuesta adecuada, promulgando paquetes de medidas subsidiarias y medidas de reorientación del sistema de salud.

Su condición federada, permitió cierta autonomía en la adopción de decisiones como cuarentenas no consideradas a nivel nacional. No obstante, el intenso desgobierno generado por la contradicción entre las directrices del poder ejecutivo, las gobernaciones y los municipios, generó un escenario caótico, el cual se vio agravado por la pérdida de dos ministros de salud en menos de un mes, en el momento en que el impacto de la Covid-19 iba en aumento. El resto, puede vincularse a la profunda desigualdad y situación de marginación de grandes sectores poblacionales.

El raro

La respuesta innovadora de México ha sido sometida a diversos cuestionamientos. Desde hace más de dos meses, las autoridades implementaron una Jornada Nacional de Sana Distancia, basada en el compromiso y autoregulación poblacional, exenta de sanciones. Para facilitar su cumplimiento, se implementó un amplio paquete de bonos sociales de hasta cuatro meses de duración. De forma cotidiana se monitorea la movilidad de personas por Estados, con la meta de sostener una reducción del 65% de la movilidad habitual.

Con un sistema de salud fragmentado y con alta carga poblacional de algunos factores de riesgo para el agravamiento de Covid-19 (obesidad y diabetes), el esfuerzo de reconversión de infraestructura sanitaria del país ha involucrado un aumento sustancial de su capacidad de respuesta a los casos graves.

La principal peculiaridad de la estrategia mexicana, fue la desestimación del testeo masivo adoptado por muchos países, y el refuerzo de un modelo de monitoreo centinela del 100% de todos las personas con enfermedad respiratoria grave y del 10% de los casos respiratorios leves. Este modelo existía previamente para el monitoreo de otros virus respiratorios como la influenza, y se encuentra presente en otros países del continente.

Para este abordaje, el número de casos no puede ser comparado al de los países que realizan testeo masivo, ni siquiera al de aquellos en situación opuesta, ya que el testeo en México no es alto ni bajo, sino selectivo. Asimismo, la letalidad de Covid-19 se encuentra artificialmente elevada en su comparación con otros países, debido a la alta fracción de casos graves que componen el total de casos notificados en el modelo centinela. La ocupación de camas hospitalarias por casos graves y críticos de enfermedad respiratoria es un mejor indicador de monitoreo de la evolución de la pandemia en el territorio, cifra que aún parece holgada alrededor del 60%.

En este primer semestre de Covid-19, si bien el avance de la investigación científica empieza a aportar algunas luces sobre el oscuro comportamiento del virus en su interacción individual y poblacional con nuestra especie, y aunque este conocimiento evoluciona con rapidez, preguntas esenciales siguen sin tener respuesta. En esta situación, muchas de las de decisiones tomadas para hacerle frente, se encuentran basadas en un coctel compuesto de evidencia científica en continua actualización, sentido común, aprehensiones sociales, políticas, económicas y los intereses de los grupos de poder que influyen en quienes las toman. No hay que perder de vista la interacción de estos factores, no solo para lo que nos queda de tiempo en pandemia, sino para las medidas que se impongan en la región cuando esta se mitigue.

 

Suzzette Arias-Schreiber Muñoz

Médica

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