América Latina: Guerra de liberación mapuche: ayer y hoy | Revista Maya Nro 51




El origen de los mapuches se remonta a los siglo V y VI de nuestra era, cuando una serie de grupos se afincaron en la actual zona sur de Chile, entre los ríos Biobío y Toltén, cruzando pronto la Cordillera de los Andes para asentarse igualmente en la pampa argentina y así crear el Wallmapu, magno territorio cuyos límites fueron el Océano Atlántico por el levante, el Océano Pacífico por el poniente y la Patagonia por el sur.

Por el norte, los mapuches colindaron con el Tahuantinsuyo, imperio al que ofrecieron tenaz y sostenida resistencia durante el siglo XV, particularmente a las tropas del décimo Inca, Túpac Yupanqui, a quienes derrotaron en repetidas ocasiones en las regiones de Aconcagua y Maule, desechando así cualquier posibilidad de ser incorporados al Collasuyo.

Guerra de Arauco y lucha colonial

Con el arribo de los españoles a su territorio, en la década de 1540, inmediatamente los mapuches dieron paso a una guerra de resistencia que, con avances y retrocesos, profundos giros tácticos y estratégicos, ininterrumpidamente sostienen hasta hoy.

Ya en el siglo XV y XVI se encargaron de salir victoriosos de la Guerra de Arauco, domaron inmediatamente los caballos y, a partir de la lucha liderada por el toqui Lautaro, aplicaron inclusive modernos esquemas de guerra de guerrillas, cuya movilidad, aprovechamiento de la geografía y clima como armas de combate los llevaron en 1598 a recuperar la totalidad de sus tierras, obligar al retroceso del Ejército español, esto tras erguirse con un triunfo contundente en la Batalla de Curalaba, liderada por el toqui Pelantraru, y cuyo saldo dejó la totalidad de las ciudades españolas del sur de Chile en llamas.

En su poema épico La Araucana, el cronista español Alonso de Ercilla los describió: “La gente que produce es tan granada, tan soberbia, gallarda y belicosa, que no ha sido por rey jamás regida ni a extranjero dominio sometida”.

En efecto, ante la imposibilidad de su sometimiento, el Reino de España se vio en la necesidad, primero, de fundar un Ejército profesional y permanente en la frontera del Biobío y, segundo, sentarse a negociar por décadas con delegaciones “diplomáticas” entre las partes, en los llamados Parlamentos; ambas experiencias únicas en el continente americano, las que demuestran de paso la adaptación mapuche a los disímiles escenarios y coyunturas, pasando de rebeliones abiertas y vigorosas a una convivencia fronteriza relativamente armónica, hasta la negociación vía Parlamentos.

De tal modo que en un lapso de tres siglos pudieron repeler seguidamente a los imperios incaico y español, conservando prácticamente intacta su identidad.

La hora de Chile

El movimiento independentista chileno estuvo repleto de gestos y señas hacia el pueblo mapuche. Partiendo por el primer escudo patrio, donde figuraron un hombre y una mujer mapuches, siguiendo por una bandera que incorporó una estrella de ocho puntas araucana; sin mencionar que la célula conspirativa de los libertadores tomó el nombre de “Logia Lautaro” y que el propio Bernardo O’Higgins hablaba fluidamente la lengua nativa, mapudungún. Todo lo cual quedó refrendado en los primeros mapas oficiales de un Chile que por décadas refrendó expresamente que había una región autónoma: La Araucanía.

Tras la Guerra del Pacífico, en que el Ejército chileno derrotó a sus pares de Bolivia y Perú en cuatro años de contienda, comenzó un presuroso proceso de desarrollo capitalista en Chile que llevó a las élites políticas y económicas gobernantes a, por primera vez, adentrarse con el Ejército –a sangre y fuego– en La Araucanía, con el fin de hacerse de esa parte del territorio. La operación duró décadas y, de manera intermitente, a lo largo de todo el siglo XX, irrumpieron novísimos levantamientos mapuches, como el de Ranquil de 1934, sofocado cruentamente por el Estado.

Con el gobierno socialista de Salvador Allende y la Unidad Popular (UP), parte de las tierras arrebatadas a los mapuches les fueron devueltas y revalorizada su cultura. Pero eso fue apenas un oasis de tres años de historia, en tanto la dictadura cívico-militar, con Pinochet a la cabeza, reprimió sin vacilar a: 1) La clase trabajadora; 2) La militancia de izquierda marxista; y 3) La nación mapuche.

Contra el neoliberalismo

La sangrienta imposición del neoliberalismo chileno y su consecuente desarrollo socioproductivo y económico tuvo como correlato, entre otros: 1) La desnacionalización de la industria local; 2) La apropiación del trabajo de las y los chilenos a través de las AFP; 3) La privatización de los bienes comunes y servicios básicos; 4) El despojo de las tierras mapuches.

Precisamente en la región de La Araucanía es que, a partir de los años 80 y 90, se instalaron grandes empresas forestales que coparon el territorio con plantaciones de monocultivos de pino y eucaliptus para la exportación al mercado asiático. Las afectaciones económicas, culturales y ambientales resultaron colosales.

Así, en respuesta a eso, así como a la pública colusión de las autoridades y gobernantes de turno con aquellas empresas (principalmente garantizando la paz de sus inversiones vía militarización y represión, junto a una legislación discriminatoria), sectores mapuches una vez más retomaron su lucha y, por ejemplo, a mediados de los 90 crearon la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), quienes a través de las armas se proponen hasta ahora resguardar la seguridad e integridad de sus comunidades en abierta lucha contra las élites empresariales y políticas que gobiernan Chile.

Por décadas la guerra entre del Estado chileno contra el pueblo mapuche no ha cesado, al contrario, se ha endurecido y con ello los mártires por la independencia de este pueblo aumentan día a día.

En los últimos años han surgido nuevas agrupaciones mapuches, como Weichan Auka Mapu, que desde 2017 a la fecha se ha adjudicado más de 26 acciones armadas, las que suelen estar dirigidas contra los medios de producción de las forestales instaladas en la zona de conflicto. Y, hoy mismo (11 de julio), el machi Celestino Córdova sostiene por 68 días una huelga de hambre, tras ser acusado injustamente por las autoridades chilenas de “terrorismo” y condenado a 18 años de prisión.

La deuda del Estado de Chile con los mapuches no es menor: 1) Reconocer constitucionalmente su calidad de nación originaria; 2) Diseñar un marco plenamente autonómico que les permita desarrollarse; 3) Resarcimiento por siglos de atropellos de todo tipo contra sus comunidades.

Mientras tanto, la sociedad civil, movilizada desde octubre pasado a raíz del llamado “estallido social”, prefirió abrazar en la calle e instalar en las ventanas de las casas y balcones de los departamentos no la bandera chilena, sino la mapuche, en reconocimiento de la prolongada batalla de este pueblo por su libertad, ayer contra incas y españoles, hoy contra el Estado de Chile. Seis siglos de mantener la frente en alto, al grito siempre de: “Marichiwew” (Diez veces venceremos).

 

Javier Larraín


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